martes, 13 de septiembre de 2011

Historia 1/4


Todo comenzó un día de verano.  Me encontraba nerviosa, pues dentro de unas cuantas horas comenzaría mi primer campamento. Tenía 9 o 10 años, e iba sola, es decir, que no me acompañaba ninguna amiga. Estaba nerviosa, como era normal para una niña, pero yo lo disimulaba con sonrisas. Cuando mis padres me despidieron, les abracé tan fuerte que mi madre me tuvo que decir que parase. Ahora mismo suena divertido, una anécdota más, pero en aquel momento me sentí pequeña por primera vez en toda mi vida. Estaría sola durante dos semanas, con gente de mi edad, sí. Pero al fin y al cabo, sin conocidos que me cuidasen y me mimasen las veinticuatro horas del día.
Ya en el campamento, me solté con facilidad, siempre se me ha dado bien las amistades. Y allá hice muchos amigos. Pero de nada me sirvió cuando un día, en una trastada con otras niñas, me rompí el tobillo. Ese día todos mis amigos se irían a la playa con los monitores, todos menos yo. Que me quedaría sola y desamparada. De nuevo una extraña melancolía, inusual para mi edad, me absorbió.
Me senté en el banco corrido del comedor, miré la hoja de papel en blanco que me habían dado para no aburrirme y cerré los ojos. Me esperaba un día muy largo.
Comencé con mi típico Sol amarillo en el extremo de la hoja y allá me paré. Me encontraba ensimismada en el color de mi dibujo cuando oí su voz. Era una voz de niño, una voz inocente, tímida. Me dijo que si le dejaba las pinturas para pintar él su propio dibujo. Y a mí, esas palabras aniñadas, me hicieron abrir mi  mente, me hicieron madurar tremendamente en segundos. Me hicieron ser lo que soy ahora. Pues desde el momento en el que aquel niño me habló, nunca más he podido olvidarme de él, ni de su voz, ni de su cara, ni de su verdadera personalidad, ni del cosquilleo que él siempre me provocó.
Aún pienso que es increíble como ese momento pudo cambiar tanto mi vida.
Los dos nos quedamos ese día juntos. Si hubiésemos tenido unos pocos años más, habríamos salido de allá novios, pero éramos unos pequeños y ni siquiera sabía que eso que sentía, era amor.
Acabó el campamento, nos despedimos. Inocentes, nos dijimos nuestros nombres, y prometimos vernos alguna vez. Ese momento nunca llegó. Hasta después de dos años.

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