domingo, 29 de enero de 2012

Otra vez


Todo se va. Desaparece llevado por el viento, a un lugar lejano, donde nada tiene sentido. Pero todo queda en realidad. Incluso la caricia del viento que se lo llevó. Y si no… ¿cómo es que cuando todo está ya dado por perdido vuelves a aparecer? No me quejo, la verdad. Me siento realizada cuando estás cerca. Aunque nada sea como lo era antes. Aunque no nos amemos, aunque no queramos que nadie nos vea. Es un pequeño secreto, algo que nos hace permanecer juntos. Una historia compartida que llevamos dentro y que nos hace sentir parte del otro.
Venía hoy andando a esa hora de la tarde cuando las calles están vacías, a pesar de que el Sol brillaba con esos rayos que son lo más bonito del invierno. Y entre la letra de la música, la soledad que me engullía y mis pensamientos atormentados vislumbré una idea. Descabellada, loca, imaginaria…
Este viernes, como cada 3 de Febrero, cumplo años. Y no quiero. No quiero hacerme mayor. Porque significa tanto para mí esta adolescencia llena de cambios…
Quisiera encontrarme entre tus brazos este viernes, que tú me consolaras, que me besases con ternura, que me hicieses sentir viva. Si pudiese pedir lo que de verdad quiero por mi cumpleaños sería pasarlo contigo. Y que tu hicieses ese día que tanto me aterra algo hermoso. Pero sabes qué? Que estamos juntos, así que puedo pedírtelo.

viernes, 6 de enero de 2012

Ascensor


Miraba hacia un lado, miraba hacia el otro… Las paredes cada vez estaban más cerca de mí. El escaso metro cuadrado se hacía más y más pequeño. Y mis nervios estaban más descontrolados.
Cerré los ojos, intentando dejar de ver ese minúsculo, y para mi desgracia, paralizado móvil. Ni hacia arriba ni hacia abajo. Las puertas cerradas a cal y canto.
La claustrofobia se iba apoderando de mi mente, luché por controlar las vueltas que me daba la cabeza. Me hice un ovillo y esperé.
Ocultando mis ojos llenos de lágrimas litas para ser derramadas. Un picor conocido me arañaba la garganta y el pecho. Mezcla de miedo, confusión, vergüenza, temor e impotencia. Sobre todo impotencia. No dejaba de chillar pero nadie me oía. En aquel ascensor no había cobertura y el botón de emergencia estaba sacado de su sitio. Nadie ahí afuera que me ayudase, nadie que me echara en falta.
Una ira que iba por encima de mi voluntad salió incontrolada. Como animal que escapa de su jaula. Grité su nombre  mientras pataleaba contra la puerta de metal. Produciendo un estridente sonido que ya había llegado a odiar. Significaba peligro, soledad, descontrol… Las lágrimas caían por mis sonrojadas mejillas y el estúpido ascensor se agitaba a mi alrededor.
De repente pensé que todo se podría complicar más si rompía con la fuerza bruta algún mecanismo. Vino a mí un atormentador recuerdo de película de terror, y vi como caía en picado al piso más bajo del edificio. Destrozándose como un tomate maduro. Agité la cabeza intentado borrarla de mi mente. Debía pensar con claridad y no sucumbir al pánico, pues debía salir de ese taciturno cubo de metal en el que llevaba ya horas  derramando  lágrimas y mostrando mi poco controlable ira. No era este el momento para mostrarme débil y miedosa. Debía salir de ahí como fuera ¿ Nadie me oía? ¿Nadie vendría? Tendría que ser yo la que por su propio camino lo hiciese.