viernes, 30 de septiembre de 2011

NMA


Después de un invierno malo, una mala primavera, ¿dime por qué estás buscando una lágrima en la arena?

La busco porque no hay que perder la esperanza, porque aunque las situaciones siempre parezcan difíciles, detrás de las nubes siempre está el Sol. Porque nunca me cansaré de besarte, de mirarte, de acariciarte. Que lo que cuesta, siempre llega con más ilusión. Que espero que estemos juntos y felices, separados y felices.
Cuando estoy contigo, todo me sobra, solo existes tú. Es besar tus labios y olvidar mis miedos.
Es mirarte a tus ojos tristes y saber que podemos. Que juntos podemos con esto. Que no habrá nadie que nos echa para atrás, que lo que la gente diga no nos enterrará. Que somos fuertes, y juntos, lo somos más.

Es mirarte a tus ojos tristes, esos ojos que no tienen color, esos ojos que miran desde la profundidad de un cuerpo, esos ojos que te reflejan como eres de verdad. Que te enseñan lo que es amar. Es mirarte y saber que hice lo correcto. No me arrepentiré de aquella noche. Conocerte a sido confuso y doloroso, pero me alegro de haber sufrido por un alguien que merecía la pena.
Porque cuando pienso en ti, me dan ganas de ser mejor persona, de abrazar a alguien muy fuerte, me dan ganas de sonreír.
Y cuando me siente a tu lado y te diga que te quiero, ese día, mi alma se librará de la carga de amar, para compartirla con los demás.

lunes, 26 de septiembre de 2011

4 y final :)



A partir de ahí decidí salir de mi agujero, volver a la carga, conocer nueva gente. Y la encontré, los chicos me gustaban, era enamoradiza. Pero nunca nada fue como lo suyo.
Comenzó segundo de la Eso, era una persona diferente, independiente, sin miedo. De nuevo éramos amigos y nos llevábamos bien.
Pasaron los meses y mi mejor amiga empezó a salir con un chico de clase. Me alegraba tanto por ella, pero aquello también lo buscaba yo, y no lo encontraba.
Por Febrero, mi cumpleaños, me envió un bonito mensaje y a partir de ahí, empezaron las miradas cómplices, las sonrisas pícaras, los pensamientos locos, los recuerdos. Y el 27 de Febrero estaba en su casa, mi amiga, su novio, él y yo. Nada más que lo pensado podía suceder. Fue una locura, algo extraño. Quedamos extasiados. Pero al contrario a la otra vez, empezamos a salir.
Me sentía tan harta de mí, tan cansada de que siempre cayese en su trampa. Siempre le llamé mentiroso, me dio falsas esperanzas, hizo que me doliera hasta el último apéndice de mi cuerpo. Pero siempre volvía, y yo nunca le rechazaba, como la boba que era, débil. Por que él también era él el chico que me había transportado a lugares fuera del mundo real, y el que me había echo aprender de mis errores, el que me había echo sonreír como una estúpida, el que siempre había sido mi enamorado. Mi chico sencillo y tímido, todo mío.
Pero tenía tantísimo miedo a que me volviese ha dejar plantada. A mas mentiras… que lo dejé. Duramos alrededor de un mes, no más. Nunca he sido de relaciones largas, nunca puedo.
Fue bonito mientras duró.
Sigo llendo a clase con él, sigue habiendo miradas, sonrisas tontas, pero todo queda ahí. Ya va un año y medio desde que no le rozo, pero el sentimiento persiste, sigue ahí. Nunca se irá. Para siempre será él, mi primer amor. Todo, hasta nueva orden (;

martes, 20 de septiembre de 2011

La 3


Primero de la ESO, tenía 12 años, una edad algo más ajustada a lo que por aquel entonces sentía. Nos volvimos a ver y yo no pude con eso, caí en el hoyo más oscuro en el que he caído jamás. Caí enamorada, perdidamente enamorada. Pero él, orgulloso, nunca me hizo caso, dejó que consumiera sola, que me doliese tanto como a él le había dolido. Me dio de mi propia medicina, y no le culpo, pues yo también le hice daño a él, pero después de tanto tiempo juntos, algo de compasión podía haber sentido.
Permanecí siete meses sufriendo, llorando, desahogándome con amigas, luchando por aguantar. Sin perder ni un solo día de esos angustiosos meses la esperanza. Tonta de mí. Lo único que me queda de aquello es que por aquellos días, para no perderme entre la negrura, comencé a escribir.
Llegó Junio, y con él, una sorpresa enorme. Comenzamos a hablar de nuevo, a ser amigos. A perdernos el uno en el otro. Con trece años los dos, me invitó a ir a su casa aquella tarde del incipiente verano. Estaba tan nerviosa, temblaba estando de pie. Me duché, me lavé, me vestí, dije que salía con mis amigas y me fui de casa. Prácticamente corriendo, aunque yo no me enteraba. Llegué diez minutos antes y como no sabía qué hacer pensé en tranquilizarme, en pasear por la hierba un rato, en sentarme si no podía más. Pasó el tiempo y me relajé, llamé a su timbre cuando estuve lista, me abrió, me miró con aquella sonrisa suya y no dijo nada. Hablamos un rato y me enseñó su habitación, cuando mi quise dar cuenta me había acercado a la pared, lo tenía delante de mí. Mirándome con esos ojos, que me descolocaban, que me volvían loca, que me habían echo sufrir tantísimo, que me habían descubierto lo que era amar. Que me habían echo ser alguien, que me habían echo llorar y reír, consolar y herir.
Me besó, y por fin, todo lo que había soñado, se hizo realidad, mis anhelos, mis noches sin dormir, todo estaba ahí. Delante de mí, no me lo podía creer. Me estaba besando. ¡Y cómo besaba!, nunca antes nadie supo tan bien, nunca antes nadie me había echo sentir aquello. Ahora, que he crecido y he aprendido, me he dado cuenta de que si fue así, era porque era de verdad, amor, él era mi amor, porque estaba enamorada de él. Todo fue perfecto, y nunca olvidaré aquellos momentos. Pero la tarde pasó rápido y todo quedó ahí. Ninguno de los dos pensamos en volver a quedar. ¿De verdad era eso lo que queríamos? No estaba segura de nada, nunca lo estuve en nada cuando se trataba de él.
Y ciertamente nada cambió, él no estaba con nadie, y yo tampoco. Pero él se olvidó de mi a los meses y volvió a tener chicas, yo seguí sola, y horriblemente enamorada. Tanto, que llegué a odiarle, me hacía daño con cada uno de sus comentarios sobre otras. Hubo un momento en el que comenzó a llevarse mal conmigo, a decir cosas en mi presencia para que el dolor fuese más agudo. No sé cómo pudo cambiar tanto. Sí sé quién le transformó, pero yo no podía hacer nada para impedirlo. Y como me hubiese gustado que volviese el de antes, mi niño, mi chico de sexto. El tímido, el que me quería tanto. ¿Dónde estabas? ¿Me lo puedes decir? ¿Dónde coño estabas?.
Y esto es lo que pasó, hasta que un día, me olvidé. O eso pensaba yo.



viernes, 16 de septiembre de 2011

2 de cuatro



Sexto de primaria, comenzaba el colegio. Me encontraba entusiasmada con el hecho de pertenecer a los mayores de la primaria. Me creía mayor, madura, una chica que pronto se convertiría en adolescente. Estaba ansiosa de crecer, pero no sólo físicamente, también mentalmente. Pero no encontraba el modo.
Nos colocamos en fila y miré a mi alrededor, las misma gente de siempre, con nuestras mochilas, nuestros uniformes y nuestras sonrisas. No reparé en que corriendo venía un chico, con una mochila a la espalda, y con una madre diciéndole corre, corre, que llegarás tarde en tu primer día.
Pasaron las clases y bajamos al patio, a jugar y a relajarnos con los amigos. En ese momento, sentí, al verle de nuevo, una explosión. Llevaba tanto tiempo pensándole, creyendo que algún día nos veríamos. Era él, era él. No me lo podía creer, estaba allá, en mi colegio. Ahora estábamos juntos.
Nos miramos, nos acercamos y dijimos, hola. Hablamos de su venida, de su colegio antiguo, de sus cosas, de las mías, hablamos de nosotros. Empezamos a salir. Éramos niños aún,  lo sé, pero nunca ningún chico me ha llenado tanto. Todo el mundo sabía de nuestro noviazgo, todo el mundo nos miraba raro, todo el mundo pensó que eso era cosa de mayores. Hubo gente que me dejó de hablar, hubo amigas que me envidiaron. Hubo peleas, luchas. Pero siempre permanecimos juntos, apoyándonos. Él me quería, me regaló pulseritas por San Valentín, por mi cumpleaños, por Navidades. Yo me sentía por fin mayor, me sentía una chica, no una niña. Maduré en ese tiempo, pues me di cuenta de que éramos más que amigos, y me empecé a dar cuenta de que una relación como la nuestra requería ciertas cosas, cosas de mayores. Cosas que nunca nadie antes había echo a mi alrededor. Requería besos.
Por aquel momento eso para nosotros era como puede ser ahora hacer el amor, y estaba tremendamente asustada por el hecho. Y además tendría que decírselo a él. No recuerdo el momento en el que se lo dije, pero puedo imaginar su cara, pues era muy tímido, y eso para él, era enorme, un mundo. Sólo decir que lo único que conseguí fue un beso en la mejilla, viendo una peli en el cine con los amigos. Para los dos fue especial, nunca lo olvidaré. Pero cuando acabó el curso, yo lo dejé.
Ahora me siento egoísta y que creo que fui cruel y avariciosa. Pero las cosas así sucedieron y ahora por una parte, me alegro. Yo me olvidé de él, no tuve novios ese verano, pero un chico me besó. Y entonces descubrí que era bonito, y no sucio como yo creía. Aún me siento mal, porque él, nunca me dejó de querer, estaba enamorado. Me mandaba mensajes, me llamaba día y noche. Me decía lo que sentía. Nunca se olvidó de mí, hasta que de nuevo comenzó el colegio.

martes, 13 de septiembre de 2011

Historia 1/4


Todo comenzó un día de verano.  Me encontraba nerviosa, pues dentro de unas cuantas horas comenzaría mi primer campamento. Tenía 9 o 10 años, e iba sola, es decir, que no me acompañaba ninguna amiga. Estaba nerviosa, como era normal para una niña, pero yo lo disimulaba con sonrisas. Cuando mis padres me despidieron, les abracé tan fuerte que mi madre me tuvo que decir que parase. Ahora mismo suena divertido, una anécdota más, pero en aquel momento me sentí pequeña por primera vez en toda mi vida. Estaría sola durante dos semanas, con gente de mi edad, sí. Pero al fin y al cabo, sin conocidos que me cuidasen y me mimasen las veinticuatro horas del día.
Ya en el campamento, me solté con facilidad, siempre se me ha dado bien las amistades. Y allá hice muchos amigos. Pero de nada me sirvió cuando un día, en una trastada con otras niñas, me rompí el tobillo. Ese día todos mis amigos se irían a la playa con los monitores, todos menos yo. Que me quedaría sola y desamparada. De nuevo una extraña melancolía, inusual para mi edad, me absorbió.
Me senté en el banco corrido del comedor, miré la hoja de papel en blanco que me habían dado para no aburrirme y cerré los ojos. Me esperaba un día muy largo.
Comencé con mi típico Sol amarillo en el extremo de la hoja y allá me paré. Me encontraba ensimismada en el color de mi dibujo cuando oí su voz. Era una voz de niño, una voz inocente, tímida. Me dijo que si le dejaba las pinturas para pintar él su propio dibujo. Y a mí, esas palabras aniñadas, me hicieron abrir mi  mente, me hicieron madurar tremendamente en segundos. Me hicieron ser lo que soy ahora. Pues desde el momento en el que aquel niño me habló, nunca más he podido olvidarme de él, ni de su voz, ni de su cara, ni de su verdadera personalidad, ni del cosquilleo que él siempre me provocó.
Aún pienso que es increíble como ese momento pudo cambiar tanto mi vida.
Los dos nos quedamos ese día juntos. Si hubiésemos tenido unos pocos años más, habríamos salido de allá novios, pero éramos unos pequeños y ni siquiera sabía que eso que sentía, era amor.
Acabó el campamento, nos despedimos. Inocentes, nos dijimos nuestros nombres, y prometimos vernos alguna vez. Ese momento nunca llegó. Hasta después de dos años.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Experimentando con poco éxito

Una habitación en penumbra, las persianas dejaban pequeñas ranuras por las que entraba una espeluznante luz azul. Todo parecía oscuro y desamparado. Inútil. Dejado ahí por alguien hacía mucho tiempo.
No pensé que fuese yo la que me encontraba en aquel extraño lugar, sentía como si estuviese flotando por encima, viéndolo todo desde una perspectiva diferente. Pero todo recobró su sitio cuando oí ese desgarrador sonido. Un chillo que me dejo paralizada y blanca como la cal. ¿Cómo era posible que aquel sonido saliese de un cuerpo humano? Era monstruoso.
Corrí hacia el sonido buscando únicamente una explicación convincente de que aquello era real. Que no salía de mi mente, que no estaba loca.
Fue entonces cuando escuché un crujido a mi espalda, y ahí estaba él. Una mirada enloquecida por la rabia. Ojos inyectados en sangre. Pero su cuerpo… su cuerpo estaba cubierto de manchas rojas, y por su aspecto de fortaleza, no era suya esa sangre.
Un sonido de golpe seco se oyó en la habitación contigua. Entonces lo entendí todo, pero tenía tanto miedo que las piernas me flaquearon y caí delante de sus rodillas, temblando. Y él no dijo nada, tan solo rió. Lo último que sentí fue un frío helador clavándose en mi espalda.

Tan solo esto me a salido, no estoy acostumbrada a escribir de este modo. Espero ser no demasiado ridícula.