Me senté sobre el húmedo saliente del puerto, a admirar a aquellos amigos portentosos y danzantes que antes habían sido mi vida. Se me estaba yendo al igual que los barcos se marchaban camino del horizonte. ¿Cuándo pasó? ¿Cuándo fue el momento en el que empecé a ser un viejo? En el que dejé de ser aquel marinero de tez morena y sonrisa iluminada. Aquél que no tenía miedo a nada, que se debatía contra las olas con un admirable valor.
Nunca quise olvidarme de que la vida es un mísero y fugaz suspiro, pero apenas sin darme cuenta, se me ha pasado. Fue mi vida una vida plena y satisfactoria, pero cómo decirle ahora adiós a todo lo vivido, a la mar y a sus atardeceres desde la arboladura. Cómo marcharme de aquí privándome de vivir más la aventura de la vida.
Fui un marinero honorable, hombre de mar que supo vivir su vida. Pero me veo como un viejo por dentro y lo transmito por fuera. Ya quisiera yo ser, como aquellos que no le temen a la vida. Aquellos que tienen el alma tal y como la tenían. Pero ya es tarde para eso, ahora sólo me queda esperar a que las olas me lleven al más profundo de los océanos.
¿Fue tu vida la aventura que algún día de joven soñaste? Si que lo fue la mía, pero no por ello quiero alejarme de este puerto y de mis barcos. Vive tu vida, encárgate de navegarla sin temores, de conducirla allá a donde el capitán quiera y no, a donde el viento te lleve. Aprovechar, jóvenes marinos, que la vida es corta, y debéis ser vosotros los que la hagáis plena.