sábado, 8 de enero de 2011

La mujer de la pamela


La mujer caminaba segura a lo largo de la avenida. Despacio quizá, pero sobretodo muy recta, con aire señorial. Llevaba una extravagante pamela de color anaranjado, con diminutas florecillas decorando la parte frontal del sobrero. Su vestido, rosa pálido, llevaba una cinta naranja circundante en la cintura. Y sus zapatos eran de terciopelo negro, definitivamente poco transpirables, pues los sentía como dos ollas a presión, calentándose cada vez un poco más. Las medias, ultra tupidas, hacían que el calor no se distanciara.
El día se había presentado nublado y muy frío, infrahumano pensó ella. Pero no debía haber subestimado al tiempo, en estos momentos la temperatura era de 25 grados, y la del interior de su cuerpo supra elevada.
La mujer no tenía ya ganas de retroceder a su casa, pero su cara tenía un color antinatural, más parecido al de su vestido que al de los polvos que se había echado hacía ya unas horas.
Los hombres y mujeres le miraban por la calle, preguntándose que le pasaría a la extraña mujer, y ella hipertensa intentaba por todos los medios abstraerse, para pasar inadvertida.
Caminaba mucho más rápido de cómo era su costumbre, queriendo llegar a la periferia de la ciudad, necesitaba relajarse, y que su color de piel volviera a la normalidad.
Corrió y corrió intentado no perder los zapatos por el camino, y cuando al fin llegó, experimentó un estado de euforia poco común en ella, pues era una mujer inexpresiva y extremadamente recta.
Poco a poco fue sufriendo una metamorfosis, se fue convirtiendo en una mujer normal, lo que nunca había sido, y por fin pudo ver el mundo a la verdadera mujer, una mujer más bien rechoncha, con la piel grasienta y con unas ganas tremendas de quitarse los zapatos. Y eso fue lo que hizo, interaccionar, descalzarse y sentir por primera vez su piel contra el frío suelo. Multitud de sentimientos nuevos afloraron en sí, y no se lo pensó más, se quito las horribles medias, el horrible vestido, y se quedó únicamente con la ropa interior y su gran pamela. El calor y la tensión la habían catapultado a su verdadero mundo, al lugar en el que ya no tenía que estar guapa para sentirlo, ni elegante para serlo, ni simpática para que la gente se lo dijese. Y cuando por fin llegó al centro de la ciudad la gente le miraba todavía más extrañada que antes, pero ahora, para su propio orgullo, no escondía su rostro ante su público, ahora sonreía amablemente. Y la gente, se giraba y pensaba, el mundo está loco. Y la mujer a su vez pensaba, ese hombre también debe desnudarse.