viernes, 18 de febrero de 2011

Pablo Neruda, precioso



Juegas todos los días con la luz del universo.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?
Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías.

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.

Pasan huyendo los pájaros.
El viento. El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

Tú estás aquí. Ah tú no huyes.
Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.

lunes, 7 de febrero de 2011

Diario del Amanecer 4




Hoy se me ocultó el cielo, amaneció azul y amarillo, con dulces nubes bailando. Y poco a poco el día se levantó.


Ya pensaba que había terminado el espectáculo, pero cuando levanté la cabeza, ya entrada la mañana, todo era una nueva fiesta. Nubes de algodón se cernían sobre los altos edificios, rosas y espumosas, seguramente agradables al tacto. Y que al cabo de unos minutos, se fueron convirtiendo en moradas, más oscuras, más y más, hasta que el sol, completamente despierto ya, alumbró a cada una de las esponjosas nubes convirtiéndolas en dorados reflejos, iluminando el cielo.


Hoy fue un bonito amanecer, elegante. Vestido de gala con esos dorados. Aunque fue bonito mientras duró, ahora todo ya no está tan iluminado, pero me consuela saber que mañana el mismo sol saldrá, y de nuevo, volverá a deleitarnos con brillantes colores.