Imagínate un bosque pelado.
Con la llegada del otoño todo cae. Todo parece más marchito, más gris, oscuro y desnudo. Con miedo, asustado, sin ganas y dolorido. Que hecha de menos, que se lamenta, que se mete debajo de las sábanas. Todo parece más frío. Adiós alegrías, adiós. Hasta dentro de un año, que todo volverá a ser colorido. Pero las hojas y las lluvias, también arrastran todos los resentimientos y los gritos, las tristezas pasadas y las lágrimas con hipo.
Y como vino el otoño vendrá el invierno,
y una vez más, a pensar en lo que no tengo.
Y sentiré de nuevo que esto no es para mí, que yo lo que quiero es un sol calentándome el rostro. Que sin un poco de luz y calor no hay quién crezca ni florezca. Que con un poco de sol sobre mi cabeza volveré a ser lo que era. O eso espero, porque no hay manera de volver atrás, pero al menos intentaré que todo vuelva a pasar.
Otra vez y otra vez. Buscando sin consuelo, de nuevo lo que era. Porque estoy aquí y no me encuentro. Porque no quiero más lloros sin razón, caras largas y lamentos. Yo lo que quiero es ser yo y que todo vuelva a ser como cuando el Sol brillaba y las nubes solo pasaban como mensajeros. Advirtiéndonos de que verano acaba y que el otoño es duro y feo.
Cuando el Sol brillaba y por las noches tú y yo mirábamos el firmamento éramos viajeras, sin camino pero con un largo trayecto. A espaldas y enfrente nuestro. Pero sabíamos que algún día conseguiríamos llegar a algún sitio en el que quedarnos más. De momento todo eran hospedajes cortos, que costaban lo que costaban, pero que no es mucho comparado con el final de nuestro propio cuento.
Pero algún día llegaremos.
Como digo, espero llegar al final, pero lo que ahora me preocupa más, es volver a encontrar el camino que me lleva día a día, pensamiento a pensamiento, palabra a palabra, a mi comenzar de nuevo, mi largo trayecto.