
Hoy se me ocultó el cielo, amaneció azul y amarillo, con dulces nubes bailando. Y poco a poco el día se levantó.
Ya pensaba que había terminado el espectáculo, pero cuando levanté la cabeza, ya entrada la mañana, todo era una nueva fiesta. Nubes de algodón se cernían sobre los altos edificios, rosas y espumosas, seguramente agradables al tacto. Y que al cabo de unos minutos, se fueron convirtiendo en moradas, más oscuras, más y más, hasta que el sol, completamente despierto ya, alumbró a cada una de las esponjosas nubes convirtiéndolas en dorados reflejos, iluminando el cielo.
Hoy fue un bonito amanecer, elegante. Vestido de gala con esos dorados. Aunque fue bonito mientras duró, ahora todo ya no está tan iluminado, pero me consuela saber que mañana el mismo sol saldrá, y de nuevo, volverá a deleitarnos con brillantes colores.
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